Monday, June 6, 2011     17:19
 

Alonso Roy

Por: Samuel Lewis Galindo, Empresario y Político

Conocí a Alonso Roy a finales de la década de 1940. Fueron más de 50 años de una amistad estrecha y fraternal que ambos valorizábamos mucho. No recuerdo cómo se inició ella, pero sí sé que tuve siempre a Alonso a mi lado. En las buenas y en las malas fue leal, como pocos, a la hermandad que nos unía.

Alonso, con un físico de apariencia frágil, era dueño de una voluntad férrea y de una inteligencia poco común. Sus éxitos, que tuvo muchos, se los debió exclusivamente a su permanente deseo de superación. Su espíritu ávido siempre por aprender lo acompañó durante toda su existencia. Nunca dejó de estudiar. Primero en la escuela de Medicina, luego en su especialización como otorrinolaringólogo y, por último hasta el día de su muerte, en la investigación de la historia y de las raíces que constituyeron nuestra nacionalidad. Enriqueció con sus trabajos de investigación a periódicos y revistas. Los mismos constituyeron hoy valiosos elementos de consulta para quienes se preocupan por conocer nuestro pasado.

Alonso Roy tenía una personalidad muy particular. Meticuloso, perseverante, pausado en el hablar, gesticulaba muy poco y era lento en el caminar; pero tenía una mirada fuerte, muy penetrante que lo decía todo. Era el mirar de un hombre sincero que no podía ocultarse con fingimientos. De sonrisa contagiosa denotaba lo que siempre fue, un gran optimista.

Alonso Roy nunca se pudo aburrir. Siempre tenía algo que hacer. Además de su profesión de médico consagrado, que ejerció por muchos años, fue un escritor de fina pluma, diplomático y hasta político (miembro fundador del Partido Solidaridad), aunque siempre pensé que esto, más que por vocación, lo hacía por amistad conmigo.

El amigo fallecido era un polifacético; le gustaba el poker, los bolos, las carreras de caballo y disfrutaba mucho de las tertulias en las fiestas , así como de la buena música y siempre decía que "él era una gran segunda voz". Parecía que tenía tiempo para todo. Era, para los que lo conocíamos bien, simplemente un hombre completo. Nunca descuidó una cosa por la otra y menos la dedicación total a su familia, en especial a su esposa "China". A sus amigos, entre los cuales tuve la dicha de contarme, nos dio siempre, sin dobleces, cariño y lealtad. Alonso vivió intensamente como pocos y no creo que se llevó al morir el pesar de haber dejado de hacer algo. Cuando pensamos en tu ira nos llega, como consuelo, el pensamiento que hace poco leí de Henry Beecher: "Deberíamos vivir y trabajar de tal modo que lo que recibimos como semilla podamos entregarlo a la próxima generación como flor, y los que nos llegó ya florecido, como fruto". Eso hiciste tú, mi querido amigo, y ése es el legado que de tu vida de constante lucha nos dejas de ejemplo y guía.