Monday, June 6, 2011     17:19
 

El Hospital de Palo Seco

Desde tiempos inmemoriales, la lepra ha sido una enfermedad muy despreciada y grotesca, cuyas víctimas han sufrido escarnio y persecuciones, siendo segregadas por la sociedad, a vivir en lugares apartados.

Además,se les obligaba a llevar campanas colgadas del cuello, para que anunciaran con anticipación, su paso por las calles y darle tiempo a la población, para esconderse rápidamente.

Hacia finales de 1904, cuando los norteamericanos habían tomado el control de la Salud Pública, tanto en Panamá como en Colon, el Coronel George W. Gorgas, Jefe de Sanidad, se enteró de la existencia de 13 leprosos, que vivían en cuevas, en uno de los peores barrios de la ciudad capital y totalmente segregados, en condiciones infrahumanas.

Desde ese momento, el coronel Gorgas, se trazó la meta de construir un lugar apropiado para la atención de estos menesterosos.

Se escogió un sitio en la orilla izquierda de la entrada del Canal, conocido como Palo Seco, tranquilo, apacible y sosegado. Los Ríos Farfán y Grande, bordeaban el terreno, dejando solo a la vía marítima, como única vía de acceso.

Tenía una extensión de 500 acres y se encontraba apenas a unas 6 millas de Panamá.

La Comisión del Canal de Panamá, aprobó en junio de 1905, la suma de $ 25000.00 para la construcción de un Asilo para Leprosos, que fue inaugurado el 10 de abril de 1907.

Situado con una espléndida vista al mar, se inició con ocho edificios, de los cuales cuatro se destinaban para los pacientes, otro para el Superintendente, dos para el personal y el restante era una capilla.

Un médico asignado por el Hospital Ancón, hacía una visita mensual, para revisar curaciones y tratamientos asignados.

Existía severas y estrictas medidas de control sobre visitantes y personal. Se llegó a tener un sistema monetario propio.

El Hospital siguió su vida rutinaria, hasta mayo de 1927, cuando el Dr. Ezra Hurwitz recién arribado al Istmo y con breve desempeño en el Hospital Ancón, fue nombrado como Superintendente.

El Dr. Hurwitz se estableció de manera permanente en Palo Seco, junto con su esposa Aida de Castro de Hurwitz, quienes dedicaron su vida entera a la institución, ganándose el cariño, admiración y agradecimiento de todos.

La labor de este matrimonio fue de excepcional valor para ir transformando, poco a poco, el concepto de la lepra como una enfermedad altamente contagiosa, repugnante y digna de lástima.

En lugar de aislar a los pacientes, la nueva tendencia fue de integrarlos a la vida hospitalaria, tomando parte en la construcción y limpieza de los edificios, en proyectos de tipo avícola y agrícola, en funciones teatrales y otras actividades.

Las Iglesias Católicas y Protestantes se encargaron en todo momento de la parte espiritual de los enfermos.

Para esta época, el Hospital de Leprosos, llegó a tener un censo de 127 pacientes, quienes eran los primeros en sentirse muy orgullosos de ofrecer su trabajo.

Aunque en la parte terapéutica todavía no se conocía ninguna droga capaz de controlar la enfermedad de Hansen, llamada así en honor del científico noruego que en 1873, descubrió el agente etiológico de la lepra, por lo menos, brindando aseo diario, alimentación y mucha ayuda espiritual, se hacía más tolerable la temida aflicción.

Una indicación de que se estaba realizando un cambio de actitud total hacia la lepra, se refleja en los diferentes nombres que se usaron para identificar al nosocomio.

Primero se llamó Asilo para Leprosos de Palo Seco, luego Colonia para Leprosos, más tarde fue el Leprosorium, y desde 1964 se conoce como Hospital de Palo Seco.

La vida de los esposos Hurwitz estuvo íntimamente ligada a estos enfermos, a los cuales siempre les brindaron un cariño e inmensa devoción. Fueron los responsables del nuevo y más humanitario enfoque hacia esta enfermedad, alejándola de los prejuicios y segregaciones, a los cuales fueron sometidos, durante siglos, estos pacientes, por el solo delito de haber contraído el terrible mal.

La gran visión que siempre acompañó a las acciones tomadas por el Coronel George W. Gorgas, tuvo un brillante resultado, al apoyar sin ningunas restricciones, todas las medidas necesarias para hacer más llevadera la vida de estos enfermos.